El febrero que concluye viene siendo muy abundante en lluvias. La cantidad de agua caída, ha superado largamente las cifras que suele registrar normalmente este mes. Bien sabemos los perjuicios enormes que esto ha deparado a la ciudad Alberdi, que resultó inundada en un alto porcentaje, con cuantiosos daños en las viviendas y enseres de sus habitantes. Nos referimos al asunto en esta columna. Es del caso tocar ahora el problema vigente en San Miguel de Tucumán. El viernes último, se abatió sobre la ciudad capital una impresionante lluvia, de 90 milímetros caídos en menos de dos horas. Crónicas con ilustrativas fotografías, mostraron las calles totalmente inundadas, con toda la secuela imaginable de serios problemas.
Sin duda, se trató de una precipitación de particular intensidad. Pero está a la vista de todos que cada vez que llueve, aun con mucho menor milimetraje, nuestra ciudad se ve invadida por las aguas. Esto plantea la necesidad de encarar la estrategia de defensa frente a ese cuadro, cuyos perjuicios de toda índole no necesitan detallarse.
Si la planta urbana se inunda, es porque el líquido no tiene posibilidades de derivarse. Nuestros desagües, además de escasos e insuficientes, no están en condiciones de prestar el correspondiente servicio. Las bocatormentas, taponadas por recipientes de plástico y otros residuos, resultan prácticamente inservibles.
Pero aun solucionando este inconveniente con periódicas tareas de limpieza, no sería posible conjurar apreciablemente el anegamiento. Hace ya varios años que los expertos advirtieron que el sistema de desagües de la ciudad ha llegado a un punto de saturación. Data del siglo pasado y fue previsto para una cantidad de edificios y de pavimento muy inferior a la del presente.
El pavimento de la capital se ha extendido enormemente, y es sabido que, al pavimentar, se pierde la capacidad de absorción que tenía la tierra. En 2007, Defensa Civil advertía que el 85 por ciento de nuestras calles directamente carecen de desagües y que, para peor, los canales, obstruidos por basuras, tienen seriamente limitada su capacidad de drenaje.
Además de considerar a la urbanización como factor negativo en este terreno, los expertos afirman que el desmonte al pie de la montaña determina que se infiltre menos agua y que esta corra más rápido. Lo que marca, además, la urgencia de un control mucho mayor en el uso del suelo: la urbanización debe correr paralela con tareas dirigidas a la retención de caudales. En síntesis, como lo hemos sostenido muchas otras veces, Tucumán tiene que replantear en profundidad su sistema de desagües. Entendemos que desde hace mucho tiempo existen proyectos en ese sentido, que no se llevaron a la práctica por su elevado costo. Pero es hora de encarar el tema de modo frontal, realizando todas las inversiones que sean necesarias, cualquiera fuera su monto. No es admisible que una urbe con la importancia de San Miguel de Tucumán se transforme, cada vez que llueve, en un ámbito de caos, desorden y perjuicios. Se trata de uno de esos trabajos públicos imprescindibles, cuya ejecución no es posible demorar más.
Entretanto, corresponde que la población arrime su grano de arena, terminando con la tesitura antisocial de contribuir al taponamiento de las bocatormentas. Por lo menos, de ese modo siquiera una parte del caudal de lluvias se derivará hacia los canales colectores, en lugar de anegar la vía pública.